(A partir de la idea de Esther, la ciudad como piel, como tejido.)
Santiago Sosa
Ciudad, accesibilidad, oportunidad;
manifiesto de salud, de enfermedad;
Libro abierto a la caprichosa intemperie;
páginas desplegadas o plegadas al viento…
Manifiesto de piel sensible, de piel tosca,
tapando, mezclando, uniendo lo interno y lo externo
del ciudadano.
Piel dura y seca sobre carne;
de día, de noche, alumbrada;
infinitas voces, pasos y viento;
infinitos diales comprimidos en innumerables frecuencias
o saliéndose del radio del entretenimiento y la alienación…
Tejido entreverado entre la araña y el gusano…
La ventana es una mirada de ida y vuelta sin respuesta,
y la puerta, el pasillo de la manada, del corral,
de la hamaca, de la casa, del hogar…
del encuentro, del desencuentro…
Un abrupto punto de partida con antenas, ADSL, fibra óptica,
pantallas iluminadoras, pan manofacturado…
Cada vez más accesible pero menos reconocible,
menos tangible, menos asimilable, menos real…
Más alucinante y más alucinante.
Tripas, venas, células, moléculas, objetos;
seres y cosas con su nombre, ubicación,
composición, organización, comportamiento, apariencia…
Órganos interrelacionados, entretejidos, solitarios…
Cada uno con su historia y su desarrollo.
Manos abiertas y cerradas y sus combinaciones y consecuencias…
Proliferando, buscando un sustento, una razón de ser;
buscando un sitio, imponiendo un sitio, resignándose a un sitio,
encontrando el sitio.
¡Celebrando la construcción de la caverna
con luz y fuego inextinguibles! ¡Con manantiales inagotables!
Celebrando la seguridad, la autonomía, el poder, la distinción,
la posición, la habilidad, el dominio…
Sin depredadores, sin enemigos... o sin amigos.
Sin tribus, sin reunión, sin puesta en común, sin empatía,
sin comunicación, sin conexión con la Tierra, sin unidad…
Celebrando la conquista y la victoria sobre el medio,
sobre el miedo…
las demás criaturas, sobre todo lo que se mueve…
…Y la asepsia y la amnesia del medio,
de la muerte, de la vida, de nosotros mismos…
Enjambre de cavernas sin contacto con el exterior,
zumbando, sin resonancia… constriñendo, aislando
la libertad, el espíritu, el cuerpo,
a la miel de la comodidad, el arrobamiento.
Otra piel, otra protección del mismo cuerpo…
¿Evolución o involución?
¿Lanzadera o hacinamiento?
¿Templo de mercaderes o mercadillo rebosante de vida?
“Me llevaba mi madre de su mano, era yo un extraño,
una semilla curiosa y asustada emergiendo;
era muy distinta mi percepción y la ciudad.”
Era y es una vestimenta que me acompañó,
que abriga mi alma y su vuelo sagrado…
“La calle, la esquina, todo apareciendo, la playa,
la sensación del agua hasta las rodillas,
la brisa, el aroma del mar, los primos, mi tío, el coche,
el tono de luz, la noche, el viento entre paredes y aceras,
el aliento de ese todo… mi alegría absorbiendo todas esas
maravillas…”
Todos los flashes entrañables, evocadores, creadores
de acervo, de cultura, de sociedades, de ciudades;
todas las vivencias, las experiencias,
todas las hordas de la niñez, de la madurez, de la vejez…
Todo contó inspirando o rompiendo sueños y energía…
Todo me acompañó y me abrigó hasta aquí y ahora…
Las Palmas, ciudad del mundo; sobre el istmo,
sobre dunas, playas, sobre el barranco,
sobre ancianos venerables…
¿Quién no habría querido gozar, ensoñar por ahí?
¿Quién se cree en el derecho de arrebatarnos esos espacios?
¿Qué es nuestro?
No quiere este pedazo de isla abrir sus ojos
para no llorar y quedarse ciego;
aguarda callado, en silencio, su hora,
pero sus espíritus alborotados y espantados no descansan.
Quizá el amanecer, quizá el atardecer los consuela y los calma,
pero no paramos de fagocitar, de agotar los recursos,
de olvidarnos; de vivir en la inopia, de entretenernos,
de separarnos de la realidad…
de orquestar en nuestra cabeza la soledad de nuestro sonido,
nuestra desamparada armonía…
Pudiera ser un códice, una pila fresca,
pero es un refugio de ratas desorientadas y anestesiadas
contando un puñado de monedas.
Royendo el tiempo, el lujo de vivir y los tejidos de la vida
por desconocer o privársele o no querer abrir su tesoro,
su unidad interna y externa…
Pero vuelan también los ángeles y los nenúfares
de este telescopio evolucionado,
libre y condensado que emite y lanza
sus destellos a ver cuántos mundos capta,
cuántos sueños es capaz de infundir su ánimo…
Y es que siempre florecen en lo mismo,
en la sensibilidad, en el cuerpo capaz de vivir en contacto,
que establece puentes en vez de muros,
que liba flores en vez de celdas…
¿ Para qué y para quién es nuestra miel, nuestro sudor,
nuestra energía?
Cada día… cada oportunidad que amanece,
corretea Dios por las calles esperando jugar con nosotros;
nos acompaña y nos alienta en nuestras guarderías
intentando que nos hagamos mayores…
Mortales...
Santiago Sosa Déniz
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